sábado, 13 de septiembre de 2008

El Reloj Del Tio Bisabuelo

Si es verdad que me siento enamorado, también es verdad que nací tonto para el amor, no es que uno se lo proponga en el camino o que pierda 6 años de su vida en el estudio de tal ciencia, lo que digo y quiero que entiendan es que tuve que nacer tonto para encontrarme acá.

De no serlo no viviría tan bien, no seria fantasía mi vida, como vivir (sin ser tonto) tan feliz acá. Mi nombre a estas alturas interesa muy poco, lo importante es que hace un tiempo que me veo envuelto en un teatro del terror absoluto, de tal modo que escribo estas notas en carácter de extensión, de extensión a mis días que se apagan a paso de enano.

El domingo yacía yo recostado sobre el lado izquierdo de mi cama mirando la pared con ojos que solo la distorsionaban, en realidad no miraba lo único que hacia era pensar, es necesario aclarar que mi reloj marcaba las 4:30 AM y que el sueño no rondaba aún mi espacio. Una tristeza profunda, una perfecta tristeza me mantenía en estado de alerta y no podía hacer otra cosa que pensar en el motivo de mi congoja, motivo que sin embargo se alejaba de mi mente desgastada, pero, mantenía y de forma constante una conexión directa con mi espíritu, aquella parte del ser humano que rige nuestros estados se encontraba en mi devastada, y yo no hacia más que buscarla.

El reloj que estaba colgado directamente a mis espaldas era redondo y de manecillas doradas, su tamaño siempre me incomodo ya que acaparaba una buena parte del techo de mi ropero. Siempre quise colocar en su lugar un hermoso cuadro que en su nacimiento fue firmado por un tal Leandro Pérez Romero, Hermoso cuadro que mostraba un edificio en su tiempo más celebre, era sin lugar a duda un colegio. El reloj, era un recuerdo de la familia de mi abuela que según tenia entendido fue traído a la ciudad por el primero de los habitantes de su estirpe, calculo que fue alrededor del año 1860 o quizás 1870. El segundero dorado era largo y de apariencia pesada, esto último quizás por su antigüedad y por la corrosión que había echo estragos en él.

No se exactamente que día es, mucho menos podría especificar una hora exacta, ya que me encuentro de espaldas al reloj tratando de sacar fuerzas y lograr por fin un contacto eléctrico, una luz, algo que me ayude a revelar mi pena. El reloj no hacía mas que susurrarme el paso de los de segundos y de que manera lo hacía, me atormentaba pensar en los años que acumulados en una sola cifra quizás lograran un siglo o quizás algo más de antigüedad.

Fueron pocos pero intensos los momentos de lucha por alejarme de ese estado que me estaba volviendo loco, escuchaba pasos y pensaba que quizás alguien se había levantado a servirse un poco de agua, o que estaba saliendo de un estado parecido al mío, no en vano pensaba eso, ya que en algún momento también pensé que esto no era más que una pesadilla, una tensa pesadilla. Mil formas distintas de horror se cruzaban por mi mente sin causar en mi el más mínimo temor, es que quizás me he vuelto loco, quizás sea yo un desquiciado, el ejercicio que venia practicando acostado sobre mi lado izquierdo y observando la pared me esta volviendo un desquiciado.

En algún momento de esta línea de tiempo uniforme que significaba estar postrado en mi cama sobre mi lado izquierdo, aconteció algo que me atemorizo aun más, el dolor sobre la parte en la que mi peso descansaba ya era irresistible, no podía soportarlo, mis pensamientos que hasta ese momento habían sido dirigidos en su totalidad a descifrar el motivo de mi congoja, estaban aturdidos por lo que sin lugar a duda eran escaras. Podía sin embargo a partir de este suceso terrible darme a la búsqueda del tiempo exacto que había pasado desde aquel trágico domingo. Las escaras son producto de una aprensión constante de la piel sobre alguna superficie que, en este caso la representaba mi cama, pero, si bien es cierto lo dicho, existen patrones de orden nutricional para poder acelerar o atrasar la aparición de las mismas, cosa que no me fue muy difícil resolver ya que mi estado era deplorable, no ingería alimentos desde el día sábado a las 7 PM. Luego de muchos cálculos que me negaba concientemente a dar por ciertos logre sacar una cifra por demás escalofriante, calcule todo minuciosamente y no había margen para un error, quizás 2 o 3 días pero, ¿que significaban 2 o 3 días cuando la cifra que en mi mente rondaba eran 30 días? , ¡30 días! ¡30 días!.

¡Que locura! ¿Cómo podría soportar un cuerpo 30 días sin alimentos, sin agua y en tan terrible pesadilla? Que mente macabra habría echo de mi un ser tan inerte, no hacia ya más que sufrir, de mi se había escapado todo, menos el temor apresante que en mi interior latía al compás del segundero, que atormentaba con su suave susurro mis nervios. Oh desgracia en la que me veía envuelto, pensaba ahora que mis días estaban por acabar y, de que manera, a quien podría yo implorar el despegue rápido de esta tempestad. No había ya nada, solo me quedaba la constante del terror causada por la manecilla del segundero. Un segundero que sin lugar a duda en vida fue mi pesar, pero ahora ya lejos de aquel lugar no hace mas que adornar con su sonido mi eterno descanso, en este lugar oscuro donde mi sangre día a día se enfría, donde mis días ya no lo son y que quizás algún movimiento no sea mas que un nuevo compañero de paso por mi lugar, yo quiero despertar volver a ser como si todo fuera casualidad, dulce casualidad de un destino macabro que sin duda paso por mi lado y que quizás vuelva ya lejos en otro lugar a hacer estragos en otro mortal que pasara a formar parte de este lugar, mi nuevo lugar, algún lugar.

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